martes, 5 de octubre de 2010

La oración desde la comunidad antigua, Catamarca.



Estamos recibiendo continuamente pedidos de oración por parte de varios hermanos, de diferentes denominaciones cristianas y credos religiosos. Hecho que significa un gran compromiso y a su vez una gran motivación para profundizar en el diálogo con “El Padre de todos” a través de las enseñanzas de Cristo.

Estos pedidos, también nos hacen pensar ¿por qué nos piden a nosotros? Y la respuesta inmediata la encontramos en nuestro entorno. El trabajo comunitario: con los pobres, enfermos, pecadores, gente esquivada y hasta consideradas desechos de la sociedad; que asumimos con amor, nos permite la Gracia de estar más cerca de Cristo. Porque él está allí, entre los desposeídos, los discriminados, los olvidados. Un hombre del pueblo, de todos y para todos.(Lc 12,1) Y nosotros como instrumento de su elección, totalmente impregnados en él, para servir mejor. Y pobres al igual que él, empleamos entre otras, la herramienta de la “oración” la que él mismo nos enseño.
Y esa oración produce efectos positivos, milagrosos, porque allí donde parecía que nada podía crecer, florecen las bendiciones y los milagros se concretan.
Allí, en la casa del rico insensible, donde palabra humana alguna puede conseguir ayuda o beneficio, la palabra sobrenatural de Cristo, acudiendo a nuestra súplica, cala hondo en esos corazones duros y los milagros se producen, favoreciendo a pobres y ricos. Porque el pobre abriga su cuerpo y el rico alimenta su alma.

Y aludiendo a las palabras de nuestro Santo Patrono de la Arquidiócesis (Argentina-Chile) “San Agustín” cuando nos advierte que el Señor no dijo: “Sin mi no pueden hacer grandes cosas, sino que afirmo: “Nada pueden hacer” Y añade el Gran Doctor de la Gracia: “De la misma suerte que el alma es el principio de la vida corporal, así Dios es la vida de tu alma”
Sin el apoyo divino, nuestra naturaleza no puede encontrar por sí misma el perfecto equilibrio moral y es a través de la oración donde reconocemos y proclamamos “la absoluta subordinación respecto de Dios en que se mueve toda nuestra existencia” (Act. XVII, 28)
Por una ley de su Providencia, Dios no concede de ordinario sus gracias sino la oración. Y como a todas horas y en todos lo momentos tenemos necesidades, de ahí que debemos acudir a Él constantemente, tal como nos lo enseño: “Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer” (Lc 18, 1) Bien sabemos que todas y cada una de las palabras de Jesús tiene su valor y su razón de ser.


La liturgia expresa en sus oraciones esta humilde confesión de que toda nuestra esperanza se apoya únicamente en Dios: “Que todas nuestras oraciones y obras empiecen siempre por ti y a ti se encaminen también como a último fin” (oración de las letanías de los Santos); “sin ti no podemos serte gratos” (Domingo 18º después de Pentecostés); “sin ti no puede sostenerse la naturaleza humana mortal” (domingo 14º después de Pentecostés)
Sea vocal o mental, la oración, que consiste en hablar a Dios como a un Padre, es un privilegio de aquellos que el Señor ha adoptado como hijos. Por un efecto de su misericordia, todas las “insondables riquezas de Cristo” (Ef, 3,8), de las que en tantas ocasiones nos habla San Pablo, son patrimonio de todos los bautizados. Cuando el cristiano se presenta ante Dios en la oración no lo hace como simple criatura, sino como hijo adoptivo y miembro de Cristo. Sin dejar de ser creador y Señor, Dios es para nosotros “Padre de las Misericordias” (2 Cor 1,3). Por eso, siempre que reza, el cristiano debe decir, como Cristo le enseño: “Padre nuestro que estás en el cielo”



Esta comunicación que existe entre el alma y Dios debe apoyarse en la fe. Porque ni la experiencia ni la sensibilidad del corazón nos bastan para encontrar a Dios en toda su realidad. Lo mismo podemos decir de las concepciones filosóficas y aún mucho más del arte y de la poesía. Porque todos estos medios pueden servirnos par investigar su existencia y su naturaleza y para calmar hasta cierto punto esta sed de Dios que todos tenemos, pero solamente la fe hace que el hombre penetre en la esfera del mundo sobrenatural.
La oración nos permite dirigirnos directamente a Dios, aunque sea en la oscuridad de la fe, y descubrir nuestras miserias ante la inmensidad de su bondad.
La oración es según una vieja definición: “una conversación del hijo de Dios con su Padre celestial”



Las definiciones que dan San Juan Damasceno y Santo Tomás son excelentes y ponen de relieve cómo la oración implica una elevación del alma: La oración es “la elevación del espíritu y del corazón a Dios” para rendirle nuestros homenajes y pedirle remedio a todas nuestras necesidades.
Como bien sabemos, después del bautismo hay en nosotros dos vidas: una que hemos recibido de nuestros padres y que nos hace hijos de Adán; y otra que es sobrenatural, un don que hemos recibido de lo Alto, una gracia que nos hace semejantes a Jesucristo, Hijo único del Padre.
Y así como la existencia natural supone un nacimiento, una alimentación y una imperiosa necesidad de respirar, lo mismo debe decirse de nuestra vida sobrenatural. El bautismo produce en el alma un segundo nacimiento, la Eucaristía es el alimento de esta nueva vida y la oración es el aliento vital que respira el alma cristiana.
Cuando rezamos, el alma transpone los límites del mundo de las cosas materiales transitorias y penetra en el mundo de las realidades invisibles, donde Dios habita; y nuestra existencia queda envuelta en una atmósfera sobrenatural. Por la oración, el hombre se eleva hacia este reino que de ninguna manera puede alcanzar por los sentidos.



La Fe nos pone en inmediata relación con la majestad del Padre, con Cristo, con la Virgen, con los Ángeles y con los Santos. En la oración respira una atmosfera divina, y por breve que sea esta ascensión, su espíritu se siente vivificado al entrar en contacto con un elemento de eternidad.
La Gracia es un soplo divino que orea el alma y la oración lo aspira, abriendo de par en par las intimidades más profundas de nuestro ser a su bienhechora influencia.


Toda oración, aun la simple recitación del Padrenuestro, constituye para los hijos adoptivos de Dios una elevación del alma, un contacto de fe con el mundo sobrenatural que nos permite entrar en el reino del Padre.
Justamente a los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña esa oración vocal del Padrenuestro. Jesús no solamente ha rezado las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios lo presentan elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (Mt. 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní (Mc 14,36)



Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar nuestra súplica todo el poder posible.
Esta necesidad responde también a una experiencia divina. Dios busca adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que brota viva desde las profundidades del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que Dios tiene derecho.



La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquel “a quien hablamos” (Santa Teresa de Jesús, cam.26). Por ello la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa.
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Documentos consultados:
- Marmion, Dom Columba. Jesucristo ideal de sacerdote. Cap.XV. Ed. Desclèe de Brower. Bilbao 1953
- Teología de la Iglesia Católica. Pags.594-5. Ed. Lumen S.R.L. Montevideo 1992
- Idigoras,J.L. y otros. Una teología desde nuestra Fe. C.P.Cristiana. Lima 1983










Queridos hermanos cristianos, les pedimos oraciones para sacar adelante nuestra obra de amor.
Nosotros como siempre, orando por todos los pedidos y por un mundo sin excluidos.

¡Paz y abrazos!

Mons.++ Juan Carlos

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